Carta para los que no tienen tiempo de leer la Biblia

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¡Hola! No te conozco personalmente, pero sí sé una cosa sobre ti: necesitas la Palabra. También estoy bastante segura de otra cosa: si estás leyendo esta carta, es probable que sepas que necesitas la Palabra. De hecho, si eres como la mayoría de las personas cristianas con quienes he tenido la oportunidad de conversar sobre este tema, es casi un hecho que una de las cosas que más anhelas es desear la Palabra.

Pero por buenas que sean tus intenciones, al final de todo no lees la Biblia porque no deseas leer la Biblia.

«Abre mis ojos»

Seamos honestos: si quisieras leer la Biblia, leerías la Biblia. Si sintieras esa necesidad que todo lo consume por encontrarte con el Dios del universo en las páginas de la Escritura, encontrarías la manera de hacerlo.

Dices que no tienes tiempo, pero en lo profundo de tu corazón sabes que esa no es la razón por la que tu Biblia (¡o biblias!) está(n) empolvada(s) en un rincón. Después de todo, no importa lo caótica que sea nuestra vida, siempre encontramos espacio para las cosas que más anhelamos, nos importan y necesitamos. Nuestros deseos más profundos se revelan en la manera en que invertimos nuestro tiempo.

Nuestros deseos más profundos se revelan en la manera en que invertimos nuestro tiempo

Aunque podrías estar pasando por un semestre intenso en la universidad, encontrarás la manera de dormir (tal vez poco y mal, pero dormirás). Tal vez estás cuidando a tres niños incontrolables… aún así encontrarás la manera de comer (aunque sea una barra de granola mientras te encierras en el baño). Hacemos esas cosas porque las necesitamos para subsistir, aunque las hagamos a medias y muy lejos del ideal. No llevarlas a cabo no es una opción. Moriríamos literalmente.

Quizá el problema entonces es que no te has dado cuenta de lo profunda que es tu necesidad de la Palabra de Dios. Si bien es cierto que no leemos la Biblia porque no deseamos leerla, también es cierto que no deseamos leer la Biblia porque no la leemos. No nos hemos detenido a saborear su dulzura y a experimentar su poder. ¿Cómo anhelaremos algo que no conocemos?

Es hora de escapar del círculo vicioso que nos tiene espiritualmente anémicos. Empezar no tiene que ser complicado.

«Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley» (Sal 119:18). ¿Por qué no conviertes este texto en una oración continua? Tómate unos minutos ahora mismo. Lee de nuevo el versículo. Luego cierra los ojos y repítelo tres veces para memorizarlo. Ahora cinco veces. Ahora diez. Eleva esta pequeña oración a lo largo del día con todo tu corazón: «abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley».

Clama y no te canses de clamar. Estás orando la voluntad del Señor para tu vida. No sabemos cuánto tardará en llegar Su respuesta, pero llegará. Ora con fe. Dios anhela darse a conocer y que puedas contemplar Su belleza a través de la Palabra.

¿De qué te alimentas?

Hoy estamos inundados de más información que nunca antes. Tenemos tanto. Demasiado.

Toma un momento para pensar en cómo te estás llenando sin darte cuenta. Tal vez tienes la televisión encendida en programas absurdos (que ya has visto unas veinte veces) porque te gusta tener un poco de ruido de fondo. Quizá escuchas algún programa de radio en tu trayecto al trabajo. Puede ser que pongas algo de música mientras lavas los platos. Seguramente navegas en redes sociales para relajarte después de una tarde estresante. Estas no son cosas para las que «haces tiempo»… son cosas que simplemente haces.

¿Has pensado en usar esos momentos para ir a la Biblia?

Si dices que no tienes tiempo, probablemente sea porque te estás imaginando que «tener tiempo para la Biblia» significa contar con una hora ininterrumpida, con café en mano y música de fondo. Aunque creo que podemos implementar ciertas estrategias para conseguir esos espacios de quietud, nuestro tiempo en la Palabra no tiene que lucir siempre así.

Lo que contemplamos nos transforma. Aquello con lo que llenamos nuestra mente nos moldea y termina llenando nuestras vidas

¿Por qué no, en vez de tener la televisión de fondo, usas la aplicación de la Biblia para escuchar de corrido el Evangelio de Marcos? ¿Por qué no, en vez de lavar los platos escuchando música al azar, pasas ese tiempo meditando en un pasaje breve (como, por ejemplo, «Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley»)? ¿Por qué no, en vez de tener la radio encendida solo porque sí, aprovechas el tiempo en el auto para charlar con un amigo o familiar sobre un pasaje bíblico o la predicación del domingo? ¿Por qué no, en vez de buscar reposo en las redes sociales, apagas el teléfono un momento y descansas cerrando los ojos mientras escuchas un buen álbum que musicalice algunos pasajes de la Escritura?

La invitación no es que llenes estos espacios de predicaciones, podcasts o libros cristianos (¡que son recursos muy buenos!). Más bien, quiero animarte a que inviertas más de estos momentos en llenarte directamente de la Palabra: escúchala, medita en ella, memorízala, compártela.

No me malinterpretes. Esta carta no es un llamado para que te deshagas para siempre de las redes sociales, las predicaciones en línea, los artículos cristianos o de toda forma de entretenimiento. Más bien, es un llamado a que te des cuenta de cómo sí tienes tiempo… y lo usas para llenarte de un montón de cosas que no son la Biblia. Lo estás haciendo ahora mismo. 

¿Cómo cambiaría tu vida espiritual si sustituyeras tan solo un cuarto de estas pequeñas ingestas de información por la Palabra de Dios? ¿Y si sustituyeras la mitad? 

Lo que contemplamos nos transforma. Aquello con lo que llenamos nuestra mente nos moldea y termina llenando nuestras vidas. Dejemos de creer la mentira de que «no tenemos tiempo» para conocer a nuestro Padre celestial. Aprovechemos lo accesible que la Escritura es para nosotros.

Dios abrirá tus ojos a las maravillas de la Escritura. Tú solo acércate a la Biblia en fe, un día a la vez.


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