Entre la Biblia y la pared: ¿Son tus convicciones verdaderamente bíblicas?

Entre la Biblia y la pared: ¿Son tus convicciones verdaderamente bíblicas? post thumbnail image

El ambiente se sentía tenso para todos en la cena. «¿Dónde dice eso en la Biblia?», nos preguntó un pastor mientras le pasaba su Biblia a Moisés. Su cuestionamiento nos dejó perplejos. Él nos lanzó esa pregunta luego de escucharnos hablar sobre nuestras convicciones doctrinales. No se persuadió al escuchar las experiencias «extraordinarias» en las que se basaba nuestro testimonio.

Hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de que nos faltaba algo importantísimo. Su confrontación nos movió el piso porque reveló que no manejábamos las Escrituras como pensábamos. Su desafío nos colocó entre la Biblia y la pared.

Era el momento de sustentar bíblicamente nuestras opiniones. Ambos sentíamos que nos ahogábamos en nuestro orgullo. La impotencia empujó a Moisés a responder con el primer versículo que llegó a su mente para justificar su postura equivocada. Betsy presentó algunos argumentos que no llevaron a ningún lado. El pastor sonrió, miró a su esposa y tomó su Biblia de vuelta. Mirándonos a los ojos, nos dijo: «Necesitan leer el versículo siguiente para entender lo que Dios comunicó en ese pasaje». Con mucha paciencia leyó el capítulo completo donde se encontraba ese versículo. Él no tuvo que decir nada más. La Biblia lo hizo todo. Cuando terminó de leer nos dimos cuenta de que por años estuvimos citando y enseñando ese texto fuera de su contexto y dándole un significado que en realidad no tenía.

Al recordar ese momento, podemos ver claramente cómo el Espíritu Santo había estado inclinando nuestros corazones a Su verdad desde mucho antes de esa conversación, pero esa noche marcó un antes y un después en nuestras vidas. Nunca antes habíamos sido confrontados de esa manera. Éramos maestros, predicadores, y Moisés era conocido por defender la fe en los medios de comunicación. Betsy era muy activa predicando en eventos juveniles y de mujeres.

En fin, nuestra pasión por Cristo era conocida en los círculos en los que nos desenvolvíamos. Aunque ambos crecimos en iglesias y denominaciones diferentes, creíamos en las mismas doctrinas esenciales: creíamos que Cristo era nuestro único y suficiente salvador y sabíamos que volvería por Su iglesia a restaurar todas las cosas. Creíamos que la Biblia era la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo. Conocíamos el fundamento de la fe cristiana, pero no pasábamos más allá de esos temas esenciales porque al final terminábamos haciendo de nuestra experiencia y la de otros una fuente de autoridad aún mayor.

Dios usó Su Palabra poderosa y eterna y, cual espada, nos traspasó hasta lo más profundo de nuestra alma

Consumíamos libros y testimonios sin filtrarlos por las Escrituras. Nuestro entendimiento de la fe era influenciado por los telepredicadores, pastores y adoradores populares del momento. Simplemente hacíamos eco de sus enseñanzas y buscábamos imitar sus experiencias. Compramos la idea de que éramos los «arquitectos de nuestros sueños» y que debíamos esforzarnos por alcanzar «el diseño profético de Dios» para nuestras vidas. Nuestras oraciones estaban llenas de declaraciones y mandatos al mundo espiritual. Eso es lo que aprendimos como discípulos de avanzada de los «ungidos». Ese era nuestro norte y así visualizábamos nuestra espiritualidad. Ser como ellos era nuestra meta.

Ahora, ¿entiendes por qué la confrontación de aquella noche nos marcó de esa manera? Sentimos que quedamos expuestos ante la realidad de que no conocíamos la Escritura lo suficiente para sostener aquellas cosas que habíamos aprendido, sostenido y enseñado a lo largo de nuestro andar con Dios. Teníamos una actitud cínica hacia las personas que confrontaban nuestras creencias y experiencias con lo que llamábamos «textos rebuscados». Nos justificábamos afirmando que todo eso era contrario al «mover del Espíritu». Por eso nunca estuvimos dispuestos a prestar oído a lo que no se alineara a nuestras prácticas y convicciones.

Cuando se trataba de historias bíblicas, las conocíamos todas. Sabíamos los versículos más populares de memoria y aunque habíamos leído la Escritura de principio a fin nunca nos detuvimos a estudiarla a profundidad. Por eso no aceptábamos ninguna crítica a nuestro sistema de creencias y experiencias. Éramos sabios en nuestra propia opinión, nos lo sabíamos todo. Pero esta vez no nos encontrábamos debatiendo con las palabras de predicador elocuente y carismático como esos que tanto nos atraían. Dios usó Su Palabra poderosa y eterna y, cual espada, nos traspasó hasta lo más profundo de nuestra alma. A partir de ese momento Dios nos cambió las reglas del juego. Él convirtió la apatía y el cinismo en hambre por toda la verdad de Dios.

La voluntad de Dios no es un enigma escondido en códigos misteriosos que debíamos descifrar

Teníamos un apetito por la verdad mezclado con una curiosidad por validar lo que ya creíamos. El Señor tenía que derribar muchas de las creencias que habíamos construido en nuestro corazón a lo largo de los años. Sin embargo, en la medida en que nos acercábamos con un corazón dócil y enseñable a la Biblia, iban cayendo escamas de nuestros ojos. Hay tantas cosas que fuimos descubriendo, que solo quisiéramos enumerar algunas de ellas.

Descubrimos que…

  • La voluntad de Dios no es un enigma escondido en códigos misteriosos que debíamos descifrar.
  • La voz profética más segura es la Escritura (2 P 1:19).
  • El centro del plan de salvación no es del ser humano.
  • Nuestras obras no son suficientes para salvarnos.
  • La obra de Cristo es suficiente para sostenernos hasta el final (Ef 1:13-14; Ro 8:30, Jn 10:28-29).

¡Nuestros corazones querían explotar! Mientras estudiábamos la Biblia, uno de los pasajes que nos sacudió fuertemente fueron las siguientes palabras de Jesús:

No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?». Entonces les declararé: «Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad» (Mt 7:21-23).

Algunas preguntas surgieron en nuestras mentes después de leerlo:

    ¿Cómo sabemos que no somos de esos a quienes Jesús les dirá: «Jamás los conocí»?
    ¿Cómo nos aseguramos de que no estamos siguiendo a uno de ellos?
    ¿Conocemos cuál es la voluntad de Dios?

Las preguntas comenzaron a inundar nuestros corazones. Éramos movidos por un interés genuino por conocer las respuestas. Solo el imaginarnos que podríamos estar en el grupo de aquellos que recibirán aquel veredicto en el día del juicio final —«Jamás los conocí, apártense de Mí»— nos estremecía. Teníamos que ser sinceros con nosotros mismos porque lo que escuchábamos, practicábamos, compartíamos y enseñábamos a otros se parecía demasiado a la descripción dada por Jesús en el Evangelio de Mateo.

Eso no es lo único que nos enseñó ese pasaje. Al final del capítulo, Jesús hace una serie de advertencias sobre los falsos maestros y es en el contexto de esta enseñanza que Él especifica que no solo hay falsos maestros, sino también falsos discípulos. Cuando Él les dijo: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos… Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor…» (Mt 7:21, énfasis añadido), sin duda les hablaba a personas que «creen» tener una relación con Él. De hecho, era muy común hacer este tipo de repeticiones del nombre cuando tenías una relación íntima con alguien. Lo vemos en el Antiguo Testamento cuando Dios llama a Abraham dos veces (Gn 22:11) y a Samuel (1 S 3:10). 

Podemos pasar toda la vida creyendo que estamos agradando a Dios y haciendo Su voluntad y, al mismo tiempo, estar sinceramente equivocados

También en el Nuevo Testamento cuando Jesús llama a Marta dos veces (Lc 10:38), a Simón Pedro también (Lc 22:41) o cuando dice en la cruz: «Dios mío, Dios mío» citando el Salmo 22:1. Jesús nos presenta a personas que creen tener una relación cercana con Dios, pero son sorprendidas por el Señor al decirles que están equivocadas. Ellos estaban haciendo cosas para Dios e invirtiendo tiempo y dinero en «Su reino». Más aún, piensan que hacer la voluntad de Dios o estar dentro de Su voluntad se evidencia por medio de los milagros, las profecías o el echar fuera demonios, pero a la hora de la verdad Jesús los rechaza porque no los conoce, dando a entender con claridad que todo descansa en la autoridad de Jesucristo. Es muy triste decirlo, pero ellos no estaban sirviendo a Jesucristo, quien ni siquiera los conocía, sino al dios de su imaginación, no al Dios que se ha revelado a través de la Escritura.

En otras palabras, la conclusión que sacamos es que podemos pasar toda la vida creyendo que estamos agradando a Dios y haciendo Su voluntad y, al mismo tiempo, estar sinceramente equivocados.

Este pasaje fue un llamado de alerta para nosotros. Nos vimos haciendo cosas para Dios que en realidad no nos había pedido. Estábamos repitiendo enseñanzas enlatadas porque las aprendimos así, las oímos al líder de moda o porque las leímos en un libro. Decíamos estar sirviendo a Dios, pero en realidad estábamos impulsados por las tendencias evangélicas del momento y el sentir de nuestros corazones, sin validar si éramos coherentes con la voluntad y el plan de Dios expresado en Su Palabra.

Pero Dios fue muy misericordioso y no nos dejó allí. Él nos mostró el espejo de Su verdad y contemplamos nuestra realidad: teníamos pasión por Dios, pero necesitábamos buscarlo correctamente. En Su gracia, Él nos concedió pasiones nuevas. Como daltónicos que pueden mirar a todo color por primera vez, todo lo que leíamos en la Escritura nos asombraba. Lo que antes lucía pálido comenzó a tomar color. Queríamos conocerlo en toda Su majestad y quedamos deslumbrados ante la belleza de Su carácter y Su extraordinario plan de redención. 

Esto redefinió por completo lo que hasta ese momento pensábamos que era una relación íntima con Dios. Aunque es una relación de amor en donde están involucrados nuestros sentimientos, no se trata solo de una experiencia emocional, sino que es primeramente una experiencia guiada por el Espíritu Santo a través de la revelación escrita por Dios mismo (Jn 16:13).

Usado con permiso de la web: Coalición por el evangelio


Déjanos tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Sugeridos